SERIA UNA UTOPIA SOLO EL PENSARLO ':¿' ???
La revolución pendiente de la Red está en las cabezas de los usuarios
Cambiar mentes
http://navegante2.elmundo.es/navega...06989.html
Cuando las cosas cambian de verdad lo más difícil es adaptar las mentes;
porque las ideas preconcebidas no suelen servir tras una revolución. Por
ejemplo: en Internet todo el mundo puede publicar lo que desee, opiniones
extremas, bromas pesadas y ataques personales de mal gusto incluidos. No
estamos acostumbrados a tan vigoroso ejercicio de la libertad de
expresión, de modo que se organizan escándalos innecesarios, que pueden
acabar incluso en absurdas pesadillas legales. Las reglas que separan lo
que es educado de lo intolerable se están haciendo en la Red, y aún no
conocemos sus límites. Pero algo sí sabemos ya: el espacio para el sentido
del humor y la tolerancia habrá de ser mucho mayor que en los medios
tradicionales. O acabaremos inundando los tribunales de casos sin sentido.
Las actuales leyes de protección del honor y la intimidad se están
quedando obsoletas. Todas ellas, diseñadas en la era de la imprenta y
adaptadas después a otros medios de comunicación de masas, suponen que hay
un desequilibrio fundamental. De un lado hay (unos pocos) medios con gran
capacidad de proyectar su mensaje; del otro hay ciudadanos carentes de esa
capacidad de proyección, y por tanto indefensos, que deben ser protegidos
por la ley. Que les concede, por ejemplo, el derecho de rectificación, es
decir, el acceso a la potencia diseminadora del medio que les ofendió para
corregir la ofensa comprobada. Qué es, y qué no es, un atentado al honor
queda en manos de la sociedad decidirlo.
Hoy la situación está cambiando. La Red proporciona acceso a millones de
personas a una capacidad de comunicación antes sólo al alcance de muy
pocos. Esto posibilita que las opiniones o gustos más extremos aparezcan a
una luz pública acostumbrada a una moderada tibieza, producto de años de
evolución de los medios de masas. Simultáneamente desarrollos tecnológicos
como los programas de manipulación fotográfica juegan con nuestra tácita
convicción en la certeza de la imagen, permitiendo la creación de patentes
falsedades. Todo ello está empujando los límites de lo tolerado en
Internet.
Pero lo que en la Red puede ser considerado una simple broma de mejor o
peor gusto perpetrada por algún graciosillo puede también ser visto desde
las ideas del mundo de los medios tradicionales como una afrenta
(política, religiosa, personal) intolerable. Éso es lo que da lugar a
escándalos y juicios que, para colmo y dada la reinante economía de la
atención de la Red, tan sólo extienden el mal causado. En estas
circunstancias, la ignorancia de los usos de Internet puede convertirse
con rapidez en ridículo.
Resignémonos a ampliar nuestras fronteras de lo tolerable, y aprendamos a
aguantar bromas más pesadas. Es la única solución. La explosión de
creatividad y de ejercicio de la libertad de expresión que posibilitan
estas tecnologías tienen sus lados oscuros. Occidente, que ha mitificado
durante siglos la libertad de expresión, está ahora descubriendo que su
ejercicio en masa puede también producir monstruos. No debemos permitir
que el combate contra ellos nos lleve a dañar los principios.
En la práctica, lo mejor que puede hacerse en muchos casos es encajar con
los dientes apretados. Vivimos en un mundo en el que el poder se ha
distribuido mucho; en el que sin ir más lejos sistemas de comunicaciones
como radios de alcance ubicuo o redes internacionales multimedia que antes
estaban al alcance sólo de grandes organizaciones o estados están en manos
de todos. Hoy detrás de los terroristas ya no hay necesariamente estados,
detrás de las manifestaciones no hay necesariamente partidos, y detrás de
los insultos o las bromas de mal gusto no está necesariamente la
organización enemiga. Las empresas han tenido de ir aprendiendo a tolerar
críticas salvajes y ataques injustos en la Red; los políticos está más o
menos acostumbrados a su uso. El resto tendremos que ir aprendiendo, como
podamos, a torear estas nuevas y desatadas fuerzas. Otro remedio no va a
quedarnos; la libertad tiene sus costes. Cambiar las mentes es uno de
ellos.
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