La naturaleza y, por consiguiente, las consecuencias que tienen para la
economía nacional el elevado endeudamiento de las familias es uno de los
asuntos que más envenenan hoy las relaciones entre economistas. Por
supuesto, a nivel académico.
Unos piensan que la brutal escalada que se ha producido en los últimos
años -fundamentalmente fruto del encarecimiento de la vivienda- no tiene
nada de particular, ya que al mismo tiempo que aumenta el pasivo de los
hogares, los nuevos propietarios ven cómo crece su riqueza patrimonial.
Dicho en otros términos: el valor de los inmuebles cubre con creces la
carga financiera.
Otros expertos, por el contrario, consideran que la economía española
camina por el filo de una navaja. Aceptan que se ha producido un aumento
real del patrimonio financiero de los hogares, pero al mismo tiempo hacen
una advertencia. Si la burbuja inmobiliaria pincha (sobre lo cual no hay
ninguna evidencia empírica) la economía española se puede desplomar como un
castillo de naipes. De ahí que alerten sobre los riesgos inherentes al
hecho de que la escalada en la tasa de endeudamiento no ha dejado de
crecer, superando ya, incluso, a la renta disponible. La progresión no se
ha detenido ni siquiera con tipos de interés reales más elevados.
La pasada semana, durante su primera comparecencia parlamentaria como
gobernador del banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez se mostró a
favor de los primeros; a favor de los que piensan que la situación
patrimonial de los hogares es solvente por una simple razón: sus
activos -sus viviendas- valen hoy mucho más que hace unos años, aunque
estén más endeudados.
Si fuera verdad este razonamiento estamos ante un nuevo modelo económico
con copyright español. O sea, y llevando hasta sus últimas consecuencias el
argumento de Mafo, lo que hay que hacer es seguir calentando el mercado
inmobiliario para consolidar aún más la riqueza financiera de las familias.
Si la vivienda cuesta 300.000 euros, lo que hay que hacer es procurar que
el mercado la valore en 600.000 euros -o quizá más-, así de esta manera su
propietario será más solvente, ya que su deuda evolucionará de forma
inversamente proporcional al encarecimiento de los pisos. A mayor valor de
la vivienda, menor deuda. Ese es el argumento.
No es la primera vez que Ordóñez expresa ese tipo de planteamientos. Hace
algún tiempo, cuando era responsable de Hacienda, celebró la subida de los
pisos con la siguiente explicación: el valor de la vivienda de hoy
permitirá pagar las pensiones de mañana. Es decir, que también con este
objetivo lo que hay que hacer es calentar el mercado inmobiliario para que
las pensiones no solamente se puedan pagar sino que además sean más altas.
Alguien debería decirle a Ordóñez, que es un economista muy solvente, que
como siga por esta vía va acabar trabajando en una inmobiliaria.
Vamos a ver. Si el endeudamiento sube -como consecuencia del encarecimiento
de los activos- lo que se está produciendo es un fenómeno de reasignación
de recursos. Los hogares, en lugar de destinar su dinero a mejorar el
deficiente sistema educativo o sanitario, o a ampliar su nivel cultural, o
incluso a viajar, lo que harán es prescindir de estas necesidades en aras
de cumplir con el recibo del banco. Es decir, empeorará su calidad de vida.
Serán más pobres en el sentido más amplio del término, que no sólo de
ladrillo vive el hombre.
Por el contrario, si con lo que realmente se gana dinero es mediante la
financiación de la vivienda, lo que seguirán haciendo bancos y cajas es
quitar recursos a actividades productivas y, en su lugar, destinarlos a la
construcción de pisos. Algo que, por cierto, ya está ocurriendo. No hay
dinero para emprender nuevos proyectos empresariales, para hacer apuestas
de futuro, pero todo el que sea necesario para adquirir un piso.
Si este es el modelo de país que propone el gobernador, estamos apañados.
Carece de toda lógica económica pagar una hipoteca durante 40 o 50 años, es
decir, un periodo incluso más largo que la propia vida laboral del
ciudadano afectado. Las pensiones hay que pagarlas aumentando la
productividad del factor trabajo, creando riqueza y valor añadido, pero de
ninguna forma calentando artificialmente el mercado inmobiliario en aras de
lograr un paraíso perdido. A no ser que el gobernador quiera incluir el
nombre de España entre las calles del Monopoly.
@Carlos Sánchez
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