Enrique Dans
Si no pagas, entonces, como decía Gila en uno de sus monólogos más
conocidos, "uyyyy, alguien va a denunciar a alguien".
Empezamos la semana con una de esas sorpresas desagradables: Microsoft se
lía la manta a la cabeza, desentierra el hacha de guerra, y afirma nada más
y nada menos que Linux tiene calidad porque se está aprovechando de sus
patentes. En concreto, no de una ni dos, sino de doscientas treinta y
cinco. Y que claro, esto no puede ser, es un escándalo, un abuso, y que
está dispuesta a poner coto a estos desmanes llegando a acuerdos de
licencia con quienes fabrican y distribuyen dicho sistema operativo. El
mecanismo es así de fácil: si no eres capaz de vencer a un enemigo que
continúa mejorando sus prestaciones con paso firme hasta el punto de
ofrecer ya interfaces de trabajo mejores (incluso con una mejor apariencia
visual, o eye-candy, que dicen los angloparlantes) y seduciendo a un número
progresivamente creciente de usuarios y empresas, intentemos por lo menos
cobrarles algún tipo de "impuesto de protección": algo así como "este
mercado es mío, yo soy el que manda aquí, y si quieres acceder a él,
tendrás que pagarme". Y si no pagas, entonces, como decía Gila en uno de
sus monólogos más conocidos, "uyyyy, alguien va a denunciar a alguien".
Una pequeña reflexión al hilo de la amenaza que Microsoft está blandiendo
cual espada de Damocles nos llevaría a pensar en quién es, de hecho, el que
la está formulando: y es que no hablamos de cualquier compañía, sino del
gigante de Redmond. Una compañía conocida universalmente por su capacidad
de imitación, apalancada en una supremacía de mercado que le permite
imponer como estándar de facto prácticamente todo aquello que se propone.
Ha sido un comentario que hemos escuchado -y podido comprobar de manera
empírica- con cada una de las versiones sucesivas del software de la
compañía.
La habilidad de Microsoft para incorporar, paso a paso, todo aquello que
veía en otros competidores la ha hecho digna de convertirse en una de las
compañías más denunciadas de la historia. Denuncias que reflejan prácticas
anticompetitivas, uso abusivo de la posición dominante del mercado,
estrategias de bundling (inserción de un producto en un lote con otros
productos) para desincentivar la compra de programas de competidores,
prácticas de precios predatorios... Se trata, además, de demandas que, en
su gran mayoría, Microsoft ha ido perdiendo, y pagando convenientemente a
los presuntos damnificados; seguramente, todo hay que decirlo, con una gran
alegría. A lo largo del tiempo, forzada en parte por las circunstancias, la
compañía ha desarrollado una enorme e implacable maquinaria legal y de
lobbying: una pequeña revisión histórica a los procesos judiciales en los
que Microsoft ha estado implicada a lo largo del tiempo nos lleva a una
conclusión muy clara: esta compañía ni es ni se comporta como un angelito.
Más bien todo lo contrario.
El intento de intimidación por la vía legal de Microsoft, dirigido a crear
miedo, incertidumbre y duda en los usuarios corporativos que se plantean la
adopción de software libre y, ya de paso, a amenazar a las compañías que
trabajan en su desarrollo, me lleva a pensar en un tema que creo que supone
la raíz del problema: la asimetría. Una asimetría que se refleja en varias
facetas: en primer lugar, asimetría con respecto a las condiciones en las
que se formula la denuncia. Mientras Microsoft, empresa denunciante, tiene
su código a buen recaudo, escondido tras impenetrables muros a salvo de
todas las miradas, el objeto de la denuncia tiene su código abierto,
perfectamente visible para que cualquiera pueda inspeccionarlo, adaptarlo o
proponer mejoras al mismo. Puestos a denunciar, ¿no se les ocurren cientos
de maneras de las cuales Microsoft puede sacar partido de dicha situación?
Por poder, incluso podría operar perfectamente al revés: hacer que su
código, escondido, resultase sospechosamente parecido al de Linux, para
posteriormente denunciar al competidor por haberse presuntamente basado en
él, todo ello suponiendo que pudiese basar las denuncias en la
patentabilidad del código, algo gracias a Dios imposible en un buen número
de economías desarrolladas.
Sin necesidad de hacer algo tan burdo, qué duda cabe que una asimetría
semejante, poder acusar mientras se esconde la prueba del delito,
proporciona a Microsoft una capacidad de esparcir incertidumbre mucho
mayor. Algo que, por otro lado, es una estrategia que la empresa lleva años
utilizando mediante el recurso a torticeros informes de analistas, estudios
sesgados y demás "pruebas" de sus aseveraciones que, más tarde, han sido
reveladas como simplemente falsas, incluso con advertencias de la
Advertising Standards Authority. Hasta el momento, por tanto, el modus
operandi descrito cuadra perfectamente con la reputación de la compañía.
La otra asimetría, más grave si cabe que la anterior, proviene de la propia
naturaleza de un sistema jurídico tradicionalmente incapaz de igualar en
función de los recursos que poseen demandante y demandado. Hablamos de
patentes sobre desarrollos de interfaz, sobre look&feel, sobre funciones de
programas, sobre formas de hacer las cosas... en un momento dado, por pura
convergencia y desarrollo de los citados estándares de facto, llegamos a un
momento en que todo se parece a todo. No tiene ningún sentido para un
competidor desarrollar una forma completamente nueva de hacer las cosas si
todo el mercado está acostumbrado a una en concreto, que además no fue
desarrollada de manera original. El procedimiento, por así decirlo, ya no
puede ser adscrito a nadie. A no ser, claro está, que sea patentado de
manera defensiva, obviando incluso su origen.
Puestos a litigar estas patentes, el elevadísimo expertise legal, la
potencia financiera y la capacidad de "influenciar" de Microsoft asegura a
cualquier contraparte pasar un muy, muy mal rato, que además con toda
seguridad se prolongará en el tiempo. Un tiempo que, mientras transcurre,
sume al mercado en incertidumbre, impide el desarrollo de estrategias y
productos, y deriva recursos de la compañía hacia tareas improductivas.
Algo que perjudicaría muchísimo a cualquier compañía excepto a Microsoft
que, con sus inmensos recursos y know-how jurídico, se convierte en el
auténtico rey de la escena. El pesado dinosaurio, el luchador de sumo al
que nadie quiere enfrentarse en un estrado.
Ante un mercado que se tornaba cada vez más feo, Microsoft ha descubierto
como explotar sus asimetrías. Y son armas muy, pero que muy poderosas. Con
estas armas, cuál sea realmente el mejor sistema operativo es algo que
resulta completa y tristemente indiferente.
Enrique Dans es profesor del Instituto de Empresa
http://www.libertaddigital.com/opin...37491.html
TELLA A LA CALLE
http://www.jmtella.com/?TELLA_A_LA_CALLE
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