Fiesta nacional
José Luis GARCÍA MARTÍN
Cernuda, parafraseando a Cánovas, decía que era español a la manera de
los
que no pueden ser otra cosa. En este día de fanfarrias y desfiles y
polémicas por un quítame allá esa bandera a mí, se me ocurre pensar en
esa
extraña fantasmagoría que es el amor a la patria, por el que tantos
han
sido -y son- capaces de morir y de matar.
Para mí ser español es una cómoda casualidad, un pasaporte que me
permite
viajar por el mundo, un puñado de gratas rutinas, la tortilla de
patatas, el
recuerdo de la guerra civil, la siesta, Cervantes, hablar a gritos en
los
bares, Jovellanos, trasnochar. Como toda la gente de mi edad, en la
escuela
supe de Viriato, aquel pastor lusitano que luchaba contra los romanos
(pero
yo, antipatriota ya, me sentía más romano que pastor); de Numancia y
de las
madres que mataban a sus hijos antes de rendirse; de los heroicos
madrileños
que el dos de mayo degollaban franceses; de Cascorro, aquel soldado
español
que hoy tiene una plaza en el Rastro y que fue en Cuba un héroe o uno
de los
primeros terroristas suicidas de la historia... Si soy poco patriota,
a la
educación franquista se lo debo. Franco me vacunó para siempre contra
el
nacionalismo. Pero tampoco puedo ser antinacionalista. Eso es algo que
he de
agradecer a Aznar y a sus aguerridas huestes antivascas y
anticatalanas. Me
acunaron con tantos mitos patrióticos que comprendo perfectamente a
quienes
se dejan engatusar por otras más o menos venerables patrañas. Mi
filósofo de
cabecera, Pero Grullo, me dice que todo tiene sus pros y sus contras y
que
el verbo «amar» no admite el imperativo. Hay a quienes se les llenan
los
ojos de lágrimas cuando ven la bandera española. Yo sigo asociándola,
como
en mi infancia, con el estanco y el cuartel de la guardia civil. Claro
que
otros, más erróneamente, la relacionan con Colón, Carlos V y no sé qué
gloriosos personajes que no usaron nunca esa enseña roja y gualda.
Para que
una sociedad funcione, sigo con Pero Grullo, tiene que darse un
equilibrio
entre el espíritu de campanario y el universalista. Si no tenemos más
remedio que condescender con la mediocridad -cine o literatura-, que
sea de
casa. Pero la excelencia no tiene patria, es patrimonio de todos. Lo
que hoy
llamamos España es resultado del azar y la voluntad de sus habitantes,
no
producto de ninguna divina predestinación. ¿Qué habría ocurrido si en
1640
hubiera triunfado la rebelión de Cataluña contra Olivares y fracasado
la de
Portugal? Pues que hoy tendríamos una España que ocuparía todo el
oeste de
la Península y dejaría al este un pequeño y próspero país
independiente.
Algunos, sin embargo, nos seguiríamos sintiendo tan en casa en
Barcelona
como ahora en Lisboa. Una patria, cualquier patria, está siempre hecha
de
razones y mixtificaciones. Yo no soy español sin ganas, como Cernuda.
Lo soy
muy a gusto, pero hacer obligatorio el patriotismo me parece tan
absurdo
como obligar a atragantarse de tortilla de patatas a quien no le gusta
la
tortilla de patatas. Que coma butifarras. Y tan amigos.
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Publicado el dia 13 en "La Razón"
Filtrado por /mal educado/ «Tella Llop, JM» desde 2003.10.25
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