ESO ESO...QUIEN NOS PROTEGE DEL POLLO Y LA MASCOTA DE LOS MVP...
QUIEN QUIEN NOS PROTEGE DE LA GAVE ENFERMEDAD DEL PARASITO ESE DE LA
SOCIEDAD...QUIEN HABER QUIEN NOS PROTEGE...
QUIEN NOS PROTEGE...QUIEN DEL TAMAGOCHI ESE...
QUIEN NOS PROTEGE DEL TALIBAN DE ES CIENCA MEDICINA DEPRESION
QUIEN EH QUIEN...
La nueva Ley de Propiedad Intelectual protege aún más al autor
Y a nosotros, ¿quién nos protege?
Se dice medio en broma de los funcionarios que les pagan para exagerar
en la defensa de la industria de su sector. El chiste le viene al pelo
a la ministra española de Cultura, al parecer decidida a defender a la
industria de su ramo hasta la última gota de nuestra sangre. La suya,
querido lector, y la mía. O eso parece, a juzgar por sus reiteradas
declaraciones de intenciones, y a tenor del borrador de la nueva Ley
de Propiedad Intelectual. Para la ministra la cultura no es más que
otra industria que hay que defender a golpe de legislación. Pero la
cultura no sólo se vende: se practica. Y para eso hacen falta los
consumidores de cultura: los que compramos libros y discos, vamos al
teatro y al cine, vemos DVDs... La ministra defiende a la industria
endureciendo la ley. Pero las normas que escudan a autores e
intermediarios del avance tecnológico reducen los derechos del
consumidor y pueden ahogar el desarrollo cultural. Los autores tienen
quién les defienda, pero ¿quién nos defiende a nosotros?
Si un cantautor decidiese sacar un disco con un programa incorporado
que sólo permitiese escucharlo los jueves de luna llena, la nueva Ley
de Propiedad Intelectual le informa a usted, comprador de este disco,
de que intentar alterar ese programa-cerrojo es un delito. Lo cual no
está necesariamente mal; ese artista es muy dueño de colocar los
límites que desee al disfrute de su obra, por enloquecidos que
resulten. Pero si la ley protege este derecho, en cambio no obliga a
que el autor etiquete ese disco de tal forma que el comprador sepa
cuáles son esos límites antes de comprar. La ley está así sesgada
completamente en favor del autor y los propietarios de derechos, hasta
el extremo de perjudicar a los compradores. Incluso arrebata derechos
que anteriormente estaban reconocidos. Y eso no parece justo.
Bien está que se persiga la piratería industrial. Ciertamente no es de
recibo que el fruto del trabajo de autores, ejecutantes, productores y
ejecutivos de ventas acabe siendo robado por grupos criminales que no
invierten en producción o promoción, sino que simplemente se apropian
del trabajo ajeno. Está bien que asociaciones profesionales defiendan
a los damnificados, y que las empresas presionen en la defensa de sus
legítimos intereses. Es lógico que en esta defensa cuenten con el
apoyo de los gobiernos, cuya misión es la protección y el fomento de
la industria nacional.
El problema es ¿hasta dónde? ¿Qué ocurre cuando las medidas que la
industria siente que necesita para protegerse perjudican a sus
clientes? ¿Quién vela por los intereses de los consumidores? ¿Quién se
preocupa por el desarrollo cultural?
La pregunta es especialmente importante en este ámbito, porque la
cultura no sólo se vende: además se practica. Nada es el novelista sin
el lector, y nada el actor teatral sin el espectador; el músico sin
oyentes no existe, como no existe el bailarín sin público. Cuando las
medidas consideradas imprescindibles para proteger los ingresos de la
industria dañan los intereses de sus propios consumidores, algo falla;
el pacto que es la propia cultura se rompe. Y las consecuencias pueden
ser aterradoras.
Porque ara colmo en la industria cultural todos podemos ser autores,
además de consumidores, y cada vez más. La cultura es una tradición
ininterrumpida en la que se construye sobre lo anterior, y así ha sido
desde siempre; Homero codificó en texto los cantos orales de la
Iliada, Shakespeare reescribió la historia de Julio César, Cervantes
utilizó las novelas de caballerías en el Quijote, Borges hizo
reescribir el Quijote a Pierre Menard... Generaciones de artistas han
aprendido a pintar copiando a los maestros, y la música se construye
sobre la música anterior desde el principio de los tiempos. La
industria de la cultura es una industria especial, porque su materia
prima es la cultura anterior.
Si protegemos en exceso la producción actual de cultura corremos el
riesgo de matar la producción de cultura posterior. Es como comerse
las semillas de la futura cosecha; sacia el hambre, pero mata el
futuro. Es por eso que los derechos del consumidor son tan importantes
en este campo, y no sólo porque hablemos de una transacción comercial
cada vez más injusta. Es lógico que las asociaciones gremiales y la
industria defiendan a capa y espada sus intereses, pero alguien
debiera defender el interés general de la cultura y a sus
consumidores. Y si no es el ministerio de Cultura, ¿quien lo hará?
¿Quién salvará a la Cultura de sus defensores?
http://navegante2.elmundo.es/navega...45196.html
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