«YO MATÉ A UN HOMBRE»
por el Hermano Pablo
Hace veinte años, yo maté a un hombre. No, no es cierto. Sólo es
alegoría. Pero permítame seguir con la figura.
Me descubrieron con el arma en la mano y el cuerpo del delito a mis
pies. Como no tenía coartada alguna, me llevaron de inmediato a la
cárcel. El juez no tardó en seguir el proceso jurídico, y el jurado me
halló culpable.
Ahora tenía que pagar el precio de mi maldad porque fui yo quien
cometió el delito. Sólo esperaba la hora de mi ejecución.
El día designado, y a la hora precisa, el carcelero llegó a mi celda,
metió la llave en el cerrojo y abrió la puerta. El chillido de hierro
contra hierro me hizo sentir aun más terror. Pero sucedió algo
extraño.
El carcelero me dijo:
—Señor, usted está libre. Puede irse.
—No juegue con mi vida —le respondí—. Yo sé a qué ha venido.
—Señor —repitió el carcelero—, usted está libre.
Dicho esto, se fue, dejando abierta la puerta de mi celda, así que me
asomé a la puerta. El patio de la cárcel estaba vacío. Con cierto
temor crucé el patio y me encaminé hacia la calle. Varios oficiales me
vieron, pero nadie dijo nada. Recuerdo haber escuchado unos balazos
cuando llegué a la calle, pero nadie me detuvo.
Cuando llegué a casa me explicaron que mi defensor había indagado en
libros jurídicos antiguos y había descubierto que otra persona podía
tomar el lugar del culpable. Así que había hecho correr la noticia, y
un joven se había ofrecido para que se le aplicara mi sentencia.
Si bien este relato es alegórico, lo cierto es que ilustra algo que no
lo es. Yo, como todo ser humano, soy pecador. Mi pecado merece el
infierno. No hay nada que yo pueda hacer para librarme de esa pena.
Estoy eternamente condenado, y eso no es alegoría.
Un día Dios, en la persona de Jesucristo, vino al mundo. Aunque Jesús
llevó una vida santa, lo acusaron de malhechor y lo condenaron a morir
en una cruz. Pero su muerte fue sustitutiva. Él murió en mi lugar, y
eso no es alegoría.
«Gracia» es una palabra que no cabe en la mente humana. Quiere decir
perdón inmerecido, amor incondicional, salvación sólo por el favor de
Dios. El apóstol Pablo explica que Dios ofreció a su Hijo Jesucristo
como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre,
y que es por su gracia divina que nos justifica gratuitamente mediante
esa redención (Romanos 3:24,25).
Aunque nuestra vida sea un desastre, podemos ser salvos mediante la
muerte de Cristo en nuestro lugar. Lo único que tenemos que hacer es
rendirnos a sus pies. Él pagó el precio de nuestro pecado. El castigo
que era nuestro, Jesús lo tomó. Ahora sólo tenemos que creer en Cristo
y recibirlo como Señor y Salvador. Ese es el significado de la cruz
del Calvario. No rechacemos el amor de Dios.
Sin causar polemica por este mensaje me despido dandoles mis mejores
bendiciones para este gran grupo y deseandoles un hermoso fin de
semana
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